La
trata de personas constituye la esclavitud del siglo XXI como la ha
calificado la ONU y supone una grave violación de derechos humanos.
Cada año, casi 3 millones de personas, el 80% mujeres y niñas, son
víctimas del tercer negocio clandestino más lucrativo del mundo,
tras el tráfico de armas y drogas. Según datos de Naciones
Unidas, cada año, entre 700.000 y 4 millones de mujeres, niños y
niñas son víctimas de la trata internacional de seres humanos con
fines de explotación sexual, laboral y otras formas de explotación.
Según
la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), de
las mujeres que ejercen la prostitución en toda Europa, una de cada
siete, es víctima de trata de personas.
La
trata de seres humanos está en pleno auge, tanto en la Unión
Europea como en el resto del mundo. Al ampliarse al Este y suavizar
los controles en sus fronteras internas, la UE ha registrado un
aumento del tráfico de personas tanto entre los países miembros
como procedente del exterior, según un reciente informe de Europol .
La
trata destina a sus víctimas, sobre todo mujeres y niños, a fines
como la prostitución o el trabajo forzados. Pero también aboca a
los menores al hurto u otras formas de explotación como la
mendicidad.
La
trata de seres humanos es un negocio multimillonario que orquestan
principalmente redes de organizaciones delictivas. El número de
personas que mueve hacia la UE o entre sus países miembros se
calcula en varios cientos de miles al año.
Prevenir
esta lacra, enjuiciar a sus responsables y ayudar a sus víctimas son
los pilares del plan de ataque común de la UE.
A
continuación, os recomiendo que leáis el caso real de Mª Ángeles,
de 23 años secuestrada
por una banda que la vendió por 2.500 pesos a un prostíbulo de La
Rioja con el fin de someterla a la prostitución.
Este
caso real fue extrapolado a una novela de ficción en
torno al tráfico de personas llamado "Vidas robadas"
protagonizada por Facundo Arana, un antropólogo forense que
intentará destruir una red de secuestradores, a partir de las
aflicciones de Soledad Silveyra, que encarna a una madre consternada
por la desaparición de su hija.
Es
un día cualquiera en casa de don Mario. Lo de siempre, los críos
que corren por el patio de tierra descalzos, otros que salen de la
casilla semioscura y persiguen a la gallina con peladilla. Son siete
hijos -otros tres más grandes ya hicieron sus vidas- y una nieta de
dos años, la que les dejó Teresa, la hija de 16 que fue rescatada
de un cabaret de La Rioja donde la tenían cautiva y la obligaban a
prostituirse.
A
Teresa los recuerdos la abruman, los gritos de las primeras
violaciones, el sudor hediondo de esos cuerpos, las palizas y
empujones para forzarla a que se drogara, las luces de neón, ese "mi
amor" edulcorado que aprendió a decir a fuerza de tormentos, la
amiga que la entregó a una red de explotación sexual.
Un
año y medio soportó esa esclavitud. A veces no aguanta y se va por
ahí, sin rumbo, por varios días. "Volvió
rebelde Teresa, contesta mal. Viene y me deja a la changuita, ¿ha
visto? A veces se queda sentada en la cama y llora, llora mucho",
dice su padre, de 48 años mal llevados, cruzado de brazos frente a
la casa que habita en esta pequeña ciudad tucumana, a 3 kilómetros
de la capital provincial, la continuidad del conglomerado urbano del
gran San Miguel del Tucumán que se conoce como la capital nacional
del azúcar. Yo le digo "qué le anda pasando m hija" y
ella callada".Teresa nunca le quiso contar lo que pasó en La
Rioja, pero él sabe. "Los hombres somos muy hijos de putas",
dice, y entonces habla también de las malas juntas, de aquélla que
parecía una amiga y la entregó.
Porque
hubo una visita de aquella muchacha, la única que hizo, en la que
-piensan ahora- habrá tomado nota, seguramente, de las chapas
hirvientes de la casilla, de esa beba recién nacida y de la pobreza
que, tal vez, quién sabe, ahogaba a Teresa. Habrá pensado que sería
fácil sacar una tajada de esas necesidades: le ofreció un trabajo
cama adentro en Catamarca, pero la llevó engañada a La Rioja.
Allí
la tuvieron encerrada en una casa y después la llevaron al
prostíbulo. Teresa tenía entonces 14 años y los proxenetas
amenazaban con matar a su beba recién nacida si no hacía lo que le
exigían: había caído víctima de una de las muchas mafias de trata
de personas con fines de explotación sexual que operan en la
Argentina, un negocio cuya dimensión no refleja ninguna estadística
oficial, pero que, según los investigadores, no deja de crecer.
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